Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno. Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó. "Oh, venerado suegro", suplicó. "No destruyas mi fe de que son imposibles los milagros". El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
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