miércoles, 25 de marzo de 2015

El rompecabezas -- Isar Hasim Otazo



   El terrorista gritó “Dios es grande” y apretó el detonador. El aire cimbró con la onda explosiva. Los vidrios de los edificios cercanos  se pulverizaron y se activaron las alarmas de los carros. Hombres, mujeres, niños, un perro, varias decenas de hormigas que subían por  un árbol y un cuervo que sobrevolaba la escena saltaron en pedazos entre una columna de humo.
   Al rato, la nube de polvo, carne, vidrio, hojas, sangre y plumas terminó de depositarse sobre la avenida. Escuché las sirenas que se acercaban, y con ellas llegaron policías, guardas militares y paramédicos. Los vi caminar entre los cuerpos, en busca de alguien que pudiera necesitar ayuda. La confusión era tal que nadie se dio cuenta en qué momento otro terrorista se deslizó entre la multitud y reventó por segunda vez el lugar de los hechos.
   Cuando juntaron los cadáveres no se sabía de quién era una mano, un pie, una cabeza. Intentaron armar algunos cuerpos, pero no se sabía qué era de quién.
   De mi cuerpo lo único auténtico era la cabeza. El tronco creo que era del terrorista porque estaba muy desfigurado. Un brazo era de un paramédico, a juzgar por el guante de látex que revestía su mano. El resto, definitivamente tampoco era mío.
   Quise gritarles a los que armaban ese rompecabezas que colocaran todo en su lugar, pero no tenía voz: en mi garganta se alojó, no sé cómo, una pluma del cuervo.

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